No todas las formas de amar nacen del amor. A veces, lo que llamamos amor está más cerca del miedo, de la necesidad o del vacío que de un vínculo genuino y sano. A menudo, nuestras relaciones más íntimas revelan partes de nosotros que no sabíamos que estaban allí, heridas antiguas, carencias olvidadas, patrones repetidos.
Y es que amar no es sólo un acto presente. Es también una historia, la historia de toda nuestra vida. Cada vez que amamos, lo hacemos desde un lugar interno que ha sido moldeado por nuestras experiencias pasadas: nuestra infancia, nuestras relaciones tempranas, nuestros traumas, nuestras creencias sobre lo que merecemos. Por eso, una pregunta tan simple como ¿Desde qué lugar estoy amando? puede abrir una puerta profunda hacia el autoconocimiento hacia nuestro, a veces desconocido, mundo interior.
El amor como reflejo de nuestro dolor emocional
Muchas personas entran en relaciones buscando completarse, sanar algo, ser salvadas o aceptadas. Es normal querer ser amado, el problema surge cuando el amor se convierte en fuente de sufrimiento como resultado de lo que no hemos podido mirar:
- Quien sintió que no fue visto en su infancia, muchas veces ama desde la necesidad de ser validado.
- Quien sintió momentos de abandono, a menudo ama desde el miedo constante a ser dejado nuevamente.
- Quien creció complaciendo para recibir afecto, puede amar desde la autoanulación, creyendo que el amor se gana sacrificándose.
- Quien se sintió herido, puede amar desde la distancia emocional, evitando intimar demasiado para no ser vulnerable otra vez.
Estas dinámicas son respuestas emocionales adaptativas que tuvimos en algún momento de nuestra vida para sobrevivir, pertenecer o protegernos. Pero cuando se convierten en el punto de partida desde el que amamos, terminan filtrando nuestros vínculos, distorsionándolos, y muchas veces, haciéndolos dolorosos.
Lo que el apego dice sobre cómo amamos
Nuestra manera de amar está relacionada con los vínculos que formamos desde la infancia, según la teoría del apego, desarrollada por John Bowlby (psicólogo y psiquiatra, 1907-1990) y posteriormente ampliada por Mary Ainsworth (psicóloga del desarrollo, 1913-1999). Esta teoría nos ayuda a entender cómo esas primeras relaciones con nuestros cuidadores principales afectan la forma en que nos conectamos con los demás a lo largo de la vida.
Estos patrones se conocen como estilos de apego, y se clasifican en cuatro:
Apego seguro:
Se da cuando el niño ha recibido cuidado constante, sensible y disponible.
En la adultez, las personas con este estilo de apego suelen establecer relaciones basadas en la confianza, la cercanía y la autonomía. Saben vincularse sin perderse.
Apego ansioso:
Surge de experiencias de cuidado inconsistente o impredecible.
Como adultos, tienden a vivir las relaciones con ansiedad, miedo al abandono, hipersensibilidad al rechazo y necesidad de aprobación constante.
Apego evitativo:
Se desarrolla cuando el niño aprendió que expresar necesidades emocionales no era seguro o era ignorado.
En la adultez, priorizan la autosuficiencia, evitan la intimidad y tienden a reprimir sus emociones.
Apego desorganizado:
Suele estar vinculado a experiencias tempranas de trauma, abuso o negligencia grave.
Estas personas viven el vínculo con una mezcla de deseo intenso de cercanía y miedo profundo a la intimidad, oscilando entre la búsqueda y la evitación.
Estos estilos de apego no son etiquetas fijas, pero sí son mapas. Y si no los conocemos, repetimos, repetimos dinámicas, repetimos roles, repetimos heridas. Esto no ocurre por casualidad sino como resultado de un proceso de aprendizaje que se grabó en nuestro cerebro en la etapa más sensible de plasticidad neuronal, la infancia, y que llevamos repitiendo a lo largo de toda nuestra vida.
Amar desde la conciencia, no desde la herida
El proceso de sanar no significa llegar a un estado perfecto, sino poder reconocer de dónde nace lo que sentimos, lo que damos y lo que pedimos. Cuando tomamos conciencia de nuestros dolores emocionales, empezamos a ver cuándo estamos exigiendo desde el vacío, cuándo estamos huyendo por miedo, cuándo estamos proyectando antiguas historias en personas nuevas.
Para profundizar en esto, te propongo hacerte algunas preguntas clave. Acompañadas de ejemplos, pueden ayudarte a identificar desde dónde estás construyendo tus vínculos.
- ¿Estoy buscando en el otro algo que no me doy a mí mismo?
Laura, por ejemplo, necesita constantemente que su pareja le diga que la ama y la valora. Cuando no lo hace, se siente insegura. En realidad, Laura no se está dando a sí misma ese amor y validación, y espera que su pareja llene ese vacío.
- ¿Estoy intentando reparar con mi pareja una herida que no viene de esa relación?
Carlos vivió el abandono de su madre en la infancia. Aunque su pareja actual nunca le ha fallado, él vive con miedo a que lo dejen, se vuelve controlador y busca seguridad constante. Está intentando sanar una herida antigua con una relación presente.
- ¿Estoy dando para recibir amor o para no ser rechazado?
Sofía se esfuerza al máximo en su relación: siempre está disponible, evita discutir y hace todo lo posible por agradar. Pero no lo hace desde un deseo auténtico, sino desde el miedo a no ser amada o a ser rechazada.
- ¿Estoy amando desde la libertad o desde la necesidad?
Andrés no puede estar solo. En pareja, se vuelve dependiente, celoso, y teme el abandono. No ama desde un lugar libre, sino desde la necesidad de llenar un vacío interior con la presencia del otro.
Un primer paso para amarse desde la conciencia puede ser realizarse estas preguntas y responder con honestidad, lo cual no siempre es cómodo, pero es profundamente transformador.
Las relaciones no nos salvan, pero pueden ayudarnos a sanar
No se trata de evitar el amor hasta estar “completamente sanos”. Nadie está completamente sano, mejorar es parte de la vida. Las relaciones pueden ser espacios de crecimiento conjunto. Cuando dos personas se vinculan desde la responsabilidad emocional, el amor muestra su función vital y se convierte en un terreno fértil para el cambio.
Lo importante es que el amor no sea la anestesia de nuestras heridas, sino un contexto seguro donde podamos mirarlas, compartirlas y, poco a poco, integrarlas.
Una última pregunta para el corazón…
La próxima vez que ames, que te enamores, que te entregues, que te duela… detente un momento. Respira. Y pregúntate, sin juicio:
¿Desde qué lugar estoy amando… y desde qué dolor?
¿Te gustaría entender desde dónde estás amando y cómo eso impacta en tus relaciones?
Visítanos, podemos ayudarte a identificar si tu forma de vincularte responde al miedo más que al amor. Comprender tu estilo de apego puede ayudarte a construir relaciones más conscientes, libres y sanas contigo y con los demás, y a elegir un nuevo destino para tus vínculos.
Referencias bibliográficas
Bowlby, J. (1989). Una base segura. Aplicaciones clínicas de una teoría del apego. Paidós.
Mikulincer, M., y Shaver, P. (2016). Attachment in adulthood: Structure, dynamics, and change. Guilford Press.
Sierra, B. (2006). Apego y desarrollo emocional en la infancia. http://dx.doi.org/https://doi.org/10.5093/ed2012a18
Vega, E. (2023). Apego inseguro como variable predictora de la dependencia emocional hacia personas y sustancias en jóvenes. Psychology Research. https://doi.org/10.33000/mlspr.v6i1.1277