
05 Jun Hoy, no me puedo controlar
El mundo actual está considerado como la era de la inmediatez. Estamos tan solo a unos clics de conseguir prácticamente todo aquello que queremos o que creemos que necesitamos. Esta facilidad para la obtención de resultados (premios), nos ha llevado a desarrollar una baja tolerancia a la frustración: no soportamos un no por respuesta.
A veces, cuando nos topamos con el NO y, especialmente, fuera del plano material, podemos entrar en un estado de irritabilidad o enfado, que desemboca en un comportamiento que podríamos catalogar como agresivo, hacia uno mismo, o hacia los demás.
La dificultad en el control de los impulsos, especialmente cuando tiene un componente violento, resulta uno de los comportamientos más perturbadores que podemos experimentar.
Algunas personas, manifiestan estas dificultades de forma tardía, es decir, gestionan de forma saludable fracasos, frustraciones, o eventos negativos, hasta que éstos se acumulan sobrepasando el umbral de tolerancia, en cuyo caso, explotan.
Por el contrario, hay personas en las cuales esta incapacidad para controlar sus enfados y expresarlos de forma explosiva, tiende a manifestarse con elevada facilidad. A menudo, tienden a encontrarse emocionalmente en un estado de susceptibilidad continuo en el que leves discusiones, suelen desembocar en conductas desafiantes y recurrentes. Estos episodios con frecuencia van seguidos de un profundo malestar emocional.
Existen múltiples causas que hacen que las personas tengan distintos umbrales de tolerancia, que unas personas sean más irritables que otras.

El entorno social cercano (familia, pareja, amigos) frecuentemente es la diana de estas conductas explosivas. Tanto en niños y adolescentes, como en adultos, esto puede tener una repercusión negativa en el entorno escolar/social y por supuesto, en el personal.
El Instituto de Salud mental, NIMH, diferencia entre la irritabilidad típica y la irritabilidad grave. La primera, es una reacción normal que se experimenta ante la frustración y que resulta gestionable, manejable, tolerable, a nivel emocional, que no llega a generar un malestar clínicamente significativo.
No obstante, comienza a considerarse la irritabilidad como grave, cuando la frustración da como resultado una conducta extremadamente violenta, con arranques conductuales de gritos o golpes. Es muy importante destacar que para considerarse grave, es necesario que el criterio temporal determinado como varias veces en semana en el caso de los niños.
Resulta de gran ayuda, en especial durante la infancia y la adolescencia, aprender a hacer frente a los pensamientos y sentimientos que anteceden estas conductas explosivas. A veces, para lograr este entrenamiento, es necesario exponerse a situaciones similares para aprender a desarrollar la capacidad para tolerar las frustraciones sin tener un arrebato. En este enfoque terapéutico, de corte cognitivo conductual, también se entrenan habilidades de afrontamiento para controlar el enfado así como formas de identificar y reorientar las percepciones distorsionadas que contribuyen a los arrebatos.
El enfoque dialéctico conductual puede ayudar a adquirir formas más eficaces de responder a las conductas irritables, como prever incidentes que podrían originar un ataque de mal genio y trabajar de antemano para evitarlo.
La capacitación de este autocontrol, también se centra en la importancia de la previsibilidad. Los factores estresantes que pueden dar pie a la aparición de estos comportamientos no son únicamente los que están relacionados con eventos muy intensos (abusos sexuales, físicos o psicológicos), si no cualquier situación que nos resulte estresante: una discusión, una ruptura o una larga lista de eventos que a lo largo de nuestro día a día nos pueden desestabilizar.
Para contrarrestar esta desinhibición conductual, esta emocionalidad negativa, debemos entrenar las siguientes estrategias:
- Aumentar autocontrol. La relajación puede ser una buena opción.
- Adquirir conductas alternativas. En vez de ponerme a gritar, me voy a dar una vuelta, hasta que se me pase.
- Desarrollo de habilidades para afrontar situaciones difíciles.
- Reestructuración cognitiva de nuestros pensamientos antes, durante y después del enfado.
- Puedo controlarme, no es tan grave, puedo con esto.
- Entrenamiento en solución de problemas.
Por último, resulta muy relevante cómo atendemos a los comportamientos positivos que llevamos a cabo ante un evento estresante. Normalmente, solemos pasar por alto nuestros éxitos de autocontrol y solemos poner el foco de atención en los comportamientos disruptivos que sí acaban en un episodio de ira.
Debemos reforzarnos cuando lo logramos. Así, aumentaremos nuestra percepción del logro e incorporaremos estos patrones de comportamiento saludable en nuestro día a día.
Vivimos en una era de inmediatez, donde la facilidad para obtener lo que queremos ha reducido nuestra tolerancia a la frustración, haciendo difícil manejar un «no» por respuesta.
Esta dificultad en el control de los impulsos puede llevar a comportamientos agresivos. La incapacidad de controlar los enfados se manifiesta de distintas formas en las personas, desde explosiones tardías tras acumular frustraciones hasta reacciones desmedidas ante pequeñas contrariedades. La irritabilidad puede impactar negativamente en el entorno social y personal, y es esencial aprender a manejarla desde la infancia y la adolescencia mediante estrategias de autocontrol y afrontamiento. Técnicas como la reestructuración cognitiva, la relajación, y el enfoque dialéctico conductual son útiles para desarrollar una mejor respuesta a las situaciones estresantes y mejorar el autocontrol.