¿POR QUÉ ME CUESTA TANTO DECIR QUE NO?

APRENDER A DECIR “NO” NO ES EGOÍSMO: ES SALUD EMOCIONAL

¿POR QUÉ ME CUESTA TANTO DECIR QUE NO?

 

¿POR QUÉ ME CUESTA TANTO DECIR QUE NO?

Decir “no” puede parecer algo sencillo, pero para muchas personas es una auténtica fuente de ansiedad. ¿Te ha pasado que aceptas planes que no te apetecen, haces favores que no quieres hacer o cedes por miedo a decepcionar? Si te sientes identificado/a, no estás solo/a. Decir que no puede despertar culpa, miedo al rechazo o la sensación de que estamos fallando a los demás. Pero ¿por qué nos pasa esto?

APRENDER A DECIR “NO” NO ES EGOÍSMO: ES SALUD EMOCIONAL

Desde pequeños, muchas personas aprenden que ser “buenos” es sinónimo de complacer. Frases como “no seas egoísta”, “hazlo por los demás”, o “no te pongas así” nos enseñan, sin querer, a priorizar las necesidades ajenas sobre las propias. Con el tiempo, esto se traduce en una dificultad para poner límites, por miedo a parecer fríos, desagradecidos o incluso “malas personas”.Pero aprender a poner límites no nos convierte en egoístas. Al contrario: es un acto de autocuidado. Nadie puede estar disponible para todo y para todos sin agotarse. Y cuando no ponemos límites, solemos acabar frustrados, resentidos o emocionalmente agotados.
Porque cuando siempre dices que sí a los demás, a veces estás diciéndote que no a ti mismo.

LAS EMOCIONES DETRÁS DEL “SÍ” FORZADO

• Miedo al rechazo: Temor a que el otro se enfade o se aleje si no accedemos a lo que pide.
Culpa: Sentirnos “malos” por priorizarnos.
Necesidad de aprobación: Pensar que solo si gustamos o ayudamos, merecemos afecto.
Autoexigencia: Sentir que debemos poder con todo, que no tenemos derecho a descansar o decir “basta”.

¿CÓMO SE TRADUCE ESTO EN LA VIDA DIARIA?

• Te cargas de tareas en el trabajo porque “nadie más lo va a hacer”.
• Te comprometes a planes cuando en realidad solo quieres descansar.
• Aceptas peticiones familiares por no crear conflicto.
• No expresas desacuerdo en conversaciones por no parecer “difícil”.
Y todo eso va dejando huella: más cansancio, menos tiempo para ti, más malestar acumulado.

4 SEÑALES DE QUE TE CUESTA DECIR QUE NO:

• Te cuesta decir que no incluso cuando estás agotado/a
• Aceptas por compromiso más que por deseo
• Sientes culpa después de poner un límite
• Sueles anteponer a los demás a ti mismo/a

¿CÓMO EMPEZAR A TRABAJAR ESTO?

Decir que “no” se aprende, como todo. Aquí van algunas claves:
– Escucha tu incomodidad
Si algo no te apetece o no puedes hacerlo, no lo ignores. Esa incomodidad es una señal de tus límites.
– Practica respuestas intermedias
No todo tiene que ser un “no” rotundo. Puedes decir “lo voy a pensar”, “ahora mismo no me viene bien” o “te agradezco que me lo pidas, pero hoy no puedo ayudarte”.
– Cambia la culpa por responsabilidad emocional
Tu responsabilidad es contigo. El bienestar del otro no depende exclusivamente de ti. Si alguien se aleja por un límite razonable, eso también dice algo de ese vínculo.
– Hazlo progresivo
Empieza con situaciones pequeñas. Decir que no es una habilidad, y como toda habilidad, mejora con la práctica.

DECIR QUE NO TAMBIÉN ES UN ACTO DE AMOR

Cuando aprendes a decir “no”, estás diciendo “sí” a tu bienestar, a tu energía, a tus tiempos. Estás cuidándote y, desde ahí, puedes cuidar mejor a los demás. Porque no hay mayor forma de respeto que relacionarse desde la honestidad.

• “Decir que “no” no te hace egoísta. Te hace honesto.”
• “Ponerte primero no es ser malo. Es dejar de olvidarte.”
• “A veces, decir que no a otros es decirte sí a ti.”
• “Quien se enfada porque pones un límite, es quien más se beneficiaba de que no lo hicieras.”

¿Te gustaría aprender a poner límites sin culpa? En terapia de pareja podemos ayudarte a entender de dónde viene esta dificultad, cómo se refleja en tu vida y cómo construir una relación más sana contigo y con los demás.