
10 Jul Lo que no se ve, pero duele: el maltrato en la infancia
¿Qué es el maltrato?
El maltrato en la infancia a menudo permanece silenciado durante años, oculto e invisible ante el entorno cercano. Sin embargo, tiene consecuencias en el desarrollo físico, emocional y psicológico de los niños y niñas y las secuelas pueden prolongarse hasta la adultez, afectando a la forma de relacionarte con tus familiares, pareja, amigos y sus consecuencias afectan a la autoestima, autoconcepto, y a la salud mental en general.
Es una realidad dolorosa y compleja, según la Organización Mundial de la Salud (OMS, 2025), el maltrato infantil incluye cualquier forma de daño físico, emocional, sexual, abandono o explotación que afecte la salud, el desarrollo o la dignidad del niño, especialmente cuando ocurre en una relación de confianza o responsabilidad.
¿Qué tipos de maltrato hay?
- Maltrato físico: golpes, empujones, quemaduras u otras agresiones.
- Maltrato psicológico o emocional: insultos, humillaciones, amenazas, desprecios, indiferencia.
- Negligencia: desatención de necesidades básicas como alimentación, higiene, educación o atención médica.
- Abuso sexual: cualquier actividad sexual forzada o manipulada, incluso sin contacto físico.
- Testigo de violencia: niños expuestos a violencia entre figuras parentales.
Como profesionales de la salud mental, dar visibilidad es el primer paso para poder prevenir, detectar e intervenir a tiempo, marcando una diferencia significativa en la vida del menor. Este artículo pretende dar a conocer de una forma clara y sin tabú qué es el maltrato, cuáles son señales para poder detectarlo, qué consecuencias tiene y por qué la intervención psicológica con el menor y/o la familia es necesaria y reparadora.
¿Cómo se manifiestan sus señales?
- El maltrato infantil puede manifestarse a través de signos físicos, emocionales y conductuales. Algunas señales a tener en cuenta son:
- Cambios bruscos de comportamiento (aislamiento, agresividad, miedo excesivo).
- Bajo rendimiento escolar o problemas de concentración.
- Regresiones/retrocesos (mojar la cama de nuevo, desarrollo de miedo a dormir solo).
- Lesiones frecuentes, moratones, heridas (mal explicadas, incoherentes).
- Comentarios que sugieren violencia o situaciones inadecuadas.
¿Cómo se manifiestan sus secuelas?
Algunas personas llegan a la adultez sin identificar el origen de su sufrimiento emocional. Las principales secuelas se expresan en las siguientes áreas:
- Fisiológica: problemas de sueño, somatizaciones (me duele “la tripa”), hipervigilancia (alerta constante), tensión muscular…
- Cognitiva: pensamientos intrusivos (sobre los cuales sientes que no tienes control), autocrítica (no valgo, no soy suficiente, no merezco…), dificultad para tomar decisiones (falta de confianza en uno mismo), baja autoestima
- Conductual: evitación de relaciones, conductas autolesivas, adicciones, conductas de sumisión, aislamiento…
- Emocional: miedo persistente, tristeza profunda, culpa, vergüenza, ansiedad, desconfianza, baja regulación emocional, irritabilidad…
En muchos casos, estas respuestas fueron en su momento adaptativas. Por ejemplo, evitar una situación o reprimir la emoción pudo ayudar a protegerse del maltrato. Sin embargo, con el tiempo, estos patrones se mantienen hasta la edad adulta, se vuelven desadaptativos e impiden una vida plena y saludable.
Además, el aprendizaje vicario (aprender observando) juega un papel muy importante: los niños y niñas que observan constantemente patrones de maltrato, control o humillación en sus entornos hacia otras personas, pueden normalizarse e interiorizarse como formas normales de relación y por ende, llegar incluso a repetirlos y/o aceptarlos en su adultez.
Cuando el amor y el miedo conviven: ambivalencia y apego desorganizado
Uno de los efectos más complejos del maltrato infantil es la ambivalencia emocional. El mismo adulto que cuida, alimenta o muestra afecto, puede ser también quien grita, golpea o humilla. Esta confusión genera un tipo de apego desorganizado, en el que el niño o la niña no sabe qué esperar del adulto: a veces es una fuente de protección, otras una fuente de peligro.
El resultado en el niño es un triángulo de amor, miedo y desconfianza que se arrastra a la adultez. Estas personas pueden sentir que “quieren y temen al mismo tiempo”, su cuerpo está siempre en alerta a la espera de cualquier peligro (hipervigilantes), se culpan de lo que otros hicieron, o piensan que no merecen relaciones sanas ni amor.
El ciclo de la violencia: cuando no se conocen otras formas
La violencia, en muchas familias, se transmite de generación en generación no solo por imitación, sino porque no se conocen otras alternativas más sanas. Un adulto puede amar y querer mucho a su hijo o hija pero ejercer violencia cuando se siente sobrepasado, frustrado o desbordado porque carece de otras estrategias. Un día el padre puede ser cariñoso y atento pero al día siguiente, ante un conflicto, gritar, dar un castigo desproporcionado o incluso recurrir al golpe. No porque quiera dañar, sino porque el propio adulto no sabe gestionar sus emociones o establecer límites.
En muchos casos, ocurre el ciclo de la violencia: un adulto repite lo que él mismo vivió de pequeño, sin cuestionarse sus consecuencias, con la falsa creencia de que “así se educa” o que “es por su bien”. Pero lo que realmente aprende el niño no es disciplina, no es obediencia, sino es miedo. Romper este ciclo requiere consciencia del problema, apoyo y acompañamiento profesional.
¿Cómo podemos actuar ante un caso de maltrato infantil?
La detección temprana y una actuación rápida pueden cambiar el rumbo de la vida del menor. Familiares, docentes, pediatras, vecinos, es importante:
- Escuchar al niño o niña sin juzgar, entender sus emociones.
- No cuestionar, dar espacio, tiempo y no presionar para obtener detalles.
- Acudir a profesionales de la psicología o servicios sociales.
- Promover un entorno seguro, afectivo y estable.
¿Por qué la intervención psicológica es necesaria?
La psicoterapia ofrece un espacio seguro, validante y reparador tanto para niños como adultos. Uno de los elementos clave de la intervención psicológica es el vínculo terapéutico entre el paciente y el terapeuta: una relación basada en la confianza, el respeto y la empatía, donde la persona puede empezar a reconstruir un modelo de relación seguro.
Desde distintos enfoques terapéuticos como, por ejemplo: la terapia cognitivo-conductual, EMDR, las terapias de tercera generación como la ACT o el mindfulness o el enfoque basado en el apego se ha demostrado que es posible trabajar las secuelas del trauma infantil de manera efectiva.
Uno de los pilares de la intervención terapéutica es trabajar para sanar el vínculo, tanto el que se estableció en la infancia como los que se construyen en el presente. Las heridas de apego no se curan solo con palabras, sino a través de experiencias emocionales correctivas, donde la persona puede sentirse segura, respetada, vista y escuchada.
La terapia puede aportar:
- Comprensión del origen del malestar actual.
- Relato coherente sobre la historia de vida personal.
- Trabajo con emociones bloqueadas (miedo, rabia, vergüenza).
- Modificación de creencias disfuncionales (“no valgo”, “no merezco”).
- Aprendizaje de estrategias de autorregulación emocional.
- Reconstrucción de la autoestima.
- Aprender a construir relaciones más sanas.
- Aprender a relacionarse sin miedo ni sumisión.
- Desmontar creencias como “si muestro mi dolor, me van a rechazar”.
- Trabajar con el “niño interior”, las heridas de la infancia (sentimientos de traición, abandono, invisibilidad…), dándole al adulto hoy lo que no tuvo aquel niño.
- Trabajar el apego para establecer relaciones más sanas, recíprocas y seguras.
- Aprender a pedir ayuda, poner límites y recibir afecto sin culpa.
Sanar el vínculo no solo mejora la vida personal, también permite construir una relación más sana con la pareja, amigos, y con los propios hijos (si los hay).
Y si soy padre o madre, ¿cómo puedo hacerlo mejor?
Bueno, el primer paso es estar aquí leyendo, tomando conciencia y pedir ayuda. Ser madre o padre trae manual de instrucciones y simplemente, muchas personas recurren a educar y tratar a sus hijos como se les trató a ellos de pequeños, repitiendo los patrones de crianza de su infancia, incluso cuando éstos no fueron saludables porque se desconocen otras formas más sanas de educar o gestionar las emociones. A veces, el estrés, el cansancio, la culpa o la falta de tiempo, de recursos emocionales llevan a actuar de forma impulsiva o incluso dañina con el hijo, aunque la intención no sea hacerle daño.
La terapia psicológica aporta apoyo y estrategias para quienes desean educar con más conciencia, respeto y conexión. Acudir a terapia no es un signo de debilidad, sino una señal de valentía y responsabilidad hacia ti y tus hijos. En terapia, se puede:
- Aprender formas más adaptativas y no violentas de establecer límites.
- Comprender cómo influye mi historia personal (infancia) en cómo educo.
- Trabajar la autorregulación emocional para evitar respuestas impulsivas.
- Fomentar un vínculo afectivo más seguro con los hijos e hijas.
- Reeducar desde el respeto, la empatía y la validación emocional.
No se trata de ser perfectos, sino de aprender a estar presentes, conscientes y dispuestos a reparar cuando sea necesario. La infancia es una etapa sensible, y cada gesto, palabra o reacción tiene impacto en nuestros pequeños. La buena noticia es que siempre se puede aprender a hacerlo mejor.
Conclusión
El maltrato infantil deja huellas profundas, pero no inamovibles. La terapia no borra el pasado, pero puede transformar como el pasado estaba condicionando el presente. Con acompañamiento profesional, es posible trabajar lo vivido, reparar los vínculos y lograr mayor bienestar emocional. Si sientes que algo de lo que has leído resuena contigo no dudes en pedir ayuda.
Desde nuestra clínica, apostamos por la prevención, la sensibilización y el acompañamiento terapéutico como pilares fundamentales para proteger la infancia. Si conoces a un menor que pueda estar viviendo una situación de maltrato, no dudes en buscar ayuda profesional.
Artículo elaborado por: Aroa Cuenca