Disociación: cuando la mente se desconecta para protegernos

Disociación Psicológica: La Mente se Desconecta para Protegerte

Disociación: cuando la mente se desconecta para protegernos

¿Alguna vez te has sentido como si no estuvieras del todo presente en lo que haces? ¿O como si estuvieras viendo tu vida desde fuera, como si fuera una película? Estas experiencias, aunque desconcertantes, pueden ser ejemplos de disociación leve, un fenómeno psicológico más común de lo que se piensa.

Desde la psicología clínica, la disociación se entiende como una respuesta adaptativa frente a situaciones emocionalmente abrumadoras. Implica una desconexión, transitoria o persistente, de emociones, sensaciones corporales, recuerdos o incluso de la propia identidad. Aunque no siempre es patológica, su persistencia o intensidad puede generar malestar significativo y dificultades funcionales.

¿Por qué se produce la disociación?

La disociación es conceptualizada como un mecanismo de defensa del sistema nervioso autónomo, especialmente vinculado a la respuesta de inmovilización (freeze) ante una amenaza percibida. Aparece cuando el afrontamiento activo (lucha o huida) no es posible o seguro. En estas circunstancias, desconectarse de la experiencia puede constituir una forma de autoprotección.

Este mecanismo es especialmente frecuente durante la infancia, una etapa caracterizada por mayor vulnerabilidad y dependencia. Cuando el entorno no proporciona contención emocional adecuada ante experiencias traumáticas, como abuso, negligencia o violencia, la disociación puede consolidarse como estrategia defensiva frente al dolor psíquico. En la adultez, muchas personas presentan síntomas disociativos sin reconocer su origen en experiencias tempranas.

¿Cómo se manifiesta la disociación?

La disociación puede expresarse de múltiples formas. Entre las más frecuentes se encuentran:

  • Despersonalización: sensación de estar separado del propio cuerpo o de actuar automáticamente.
  • Desrealización: percepción del entorno como irreal, distante o alterado.
  • Amnesia disociativa: olvidos significativos sin explicación médica aparente.
  • Anestesia emocional o corporal: dificultad para sentir emociones o sensaciones físicas.
  • Cambios abruptos de estado emocional, pensamiento o conducta, a veces sin una causa aparente.

En contextos clínicos, estas manifestaciones pueden observarse en personas que relatan “vacíos” de memoria, describen sus experiencias como si le hubieran ocurrido a otra persona, o se desconectan emocionalmente en momentos de alta intensidad afectiva.

Un fenómeno común, pero frecuentemente invisible

Una de las principales dificultades asociadas a la disociación es su carácter frecuentemente inadvertido, tanto para quien la padece como para algunos profesionales. A menudo se enmascara bajo síntomas de ansiedad, depresión, trastornos de la atención o conductas evitativas, dificultando su identificación y abordaje adecuado.

En consulta psicológica, muchas personas describen sensaciones de vacío, desconexión emocional, fatiga crónica o dificultades de concentración, sin asociarlas con procesos disociativos. Por ello, resulta esencial que los profesionales de la salud mental cuenten con formación específica en este ámbito y desarrollen una mirada clínica sensible a estas manifestaciones.

Abordaje terapéutico

El tratamiento de la disociación requiere una aproximación cuidadosa, validante y progresiva.  Algunas líneas clave de intervención incluyen:

  • Psicoeducación: comprender el sentido adaptativo de la disociación y sus implicaciones.
  • Técnicas de regulación emocional y anclaje corporal, que favorezcan la reconexión con el presente y con las propias sensaciones.
  • Vínculo terapéutico seguro y empático, que facilite la exploración de experiencias sin reactivación traumática.
  • Trabajo con partes internas, como en los enfoques IFS (Internal Family Systems) o EMDR, donde se reconoce la existencia de «partes» que han asumido funciones protectoras.
  • Integración narrativa, respetando los tiempos de la persona para recuperar y resignificar recuerdos o emociones fragmentadas.

El objetivo no es “eliminar” la disociación, sino integrar esas experiencias de forma que ya no interfieran en la vida cotidiana ni generen sufrimiento innecesario.

Una mirada compasiva al dolor emocional

Hablar de disociación es hablar de supervivencia. Es comprender que muchas personas han tenido que apagar partes de sí mismas para poder seguir adelante. En vez de patologizar estas respuestas, la psicología clínica actual busca ofrecer herramientas para comprenderlas, validarlas y transformarlas.

La mente humana es extraordinaria en su capacidad de adaptación, y la disociación es una prueba de ello. Con el acompañamiento adecuado, es posible volver a habitarse plenamente, reconectar con el cuerpo, las emociones y la historia personal, sin miedo ni culpa.

Autor: Cristina Armero Amézaga

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